miércoles, 8 de abril de 2015

LA CELOSÍA




La clase de arte siempre había sido la favorita de Olivia;  de hecho era la única en la que conseguía estarse callada sin que el profesor la pusiera un parte por molestar, hablar o atar los cordones de la zapatilla izquierda de Mario con los de la zapatilla derecha de  Julio, el empollón de la clase. Quizá fuera porque la primavera del 2015 había llegado y traído los aromas propios de la estación o tal vez porque muy pronto sería su cumpleaños , pero lo cierto es que llevaba unos días sintiéndose un tanto extraña. Su amigo Edu, que quería estudiar psicología, le decía que todo era por miedo a la responsabilidad de cumplir los 18 pero ella sabía que no se trataba de eso. 

Aquel día el profe de pelo alborotado y gafas culo-botella parecía estar más contento que de costumbre, ya que iban a dar su tema predilecto:  el arte en el Islam. Maite, amante del arte moderno y defensora de las obras de Renzo Piano y de Frank Gehry, palideció.  Fonso, el gamberro de la clase, se puso a gritar como si fuera un bereber pero a Olivia le sonó más como a un gato cuando le pisas la cola. El profe, que estaba deseoso de empezar su discurso apasionado, decidió ignorarle completamente.

Las diapositivas pasaban lentamente e iban ilustrando las diferentes épocas y estilos. En un momento de la clase, la respiración de Olivia se entrecortó dando paso a un pequeño grito que dejó a todos perplejos. Un olor a azahar y a naranjos perfumó su ser. Edu la sacudió sin obtener respuesta; Olivia parecía estar en trance. De hecho, imágenes de un pasado remoto discurrían como flashes por su mente al tiempo que las lágrimas caían de sus ojos verdes, ahora extrañamente nublados. Aquellas celosías que dejaban entrever un mundo lleno de vida al otro lado le resultaban terriblemente familiares. De pronto oyó la voz profunda de un hombre de ojos intensos como la noche que la llamaba por su nombre: Omayma.